domingo, 18 de noviembre de 2012

El ciclo de las palabras

Mientras me rasco la cabeza pensando que escribir, lo único que se me viene son palabras sueltas, y capaz que esta vez sea así, solamente palabras. Pero también se me viene a la mente la idea de que es imposible ver una palabra y no leerla, es como que la cabeza automáticamente la lee. No puede ser una insignificante combinación de letras, es imposible verla y no leerla y asociarla libremente con alguna experiencia previa. Bueno, tal vez las palabras no sean simplemente palabras, tal vez sean historias, y esas historias nos hagan acordar a algo, o alguien. Pero no es la idea, no quiero rebuscar un pensamiento, ni filosofar al respecto. hoy quiero relacionar cada palabra con lo que me hace acordar la anterior.

Encendedor-Fuego-Calor-Verano-Alcohol-Fiestas-Mujeres-Coger-Dormir-Soñar-Imaginacion-Pensamientos-Plantas-Cordillera-Fogon y ahí está el circulo se cierra... el fogón se prende con un encendedor. Y así pasan las horas, con palabras que se relacionan entre si, de una forma o de otra, todo tiene un ciclo.

sábado, 10 de noviembre de 2012

De dichos populares.

Está todo bien, jefe, yo no le voy a decir cómo hacer su trabajo. Le estoy diciendo que a mi me vendieron no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan y está vencida. 
Mire, yo lo que me acuerdo es que me la dio un tipo serio y afeitado, creo que se llamaba Andrés. En su tarjeta de presentación decía “Padre”. No digo que sea su responsabilidad, ¿eh? No se le ocurrió a él, es un saber popular, una herencia cultural. Quiero decir, el problema no fue el vendedor, sino el producto. ¿No sabe si podré hablar con algún responsable? Porque… nada que ver. En realidad es raro, le cuento: a mi me hicieron lo que yo no hubiera hecho. Eso lo agarra a uno de sorpresa y lo deja en una posición incómoda. Usted me entiende, ¿no?. Una mezcla rara de cómo se te ocurrió y la concha de tu re putísima madre. De paso, ya que estoy, si me hace la gauchada, quería cambiar éstas… espere que las tengo en algún lado… acá, mire: ama a tu prójimo como a ti mismo. Vencida también. Acá hay una del colegio, mire: los que estén mejor preparados van a llegar más lejos. Esta la quiero cambiar por alguna que hable de física cuántica o de mandriles. En realidad sabe qué me gustaría, una que defina el sistema de convivencia espontánea de los delfines.
Bueno, y acá tengo All you need is love de los Beatles, el hombre es un ser superior de Darwin, la democracia es el gobierno en manos del pueblo, que me la robaron y acá tengo la denuncia… no, acá… no… espere. No la encuentro. Es que vine en tren y había mucha gente. ¿Se me habrá caído? Pucha, tampoco encuentro la billetera. ¿Se me habrá caído también? ¡No! En realidad lo que me faltan son los bolsillos. ¡No! ¡no! ¡Lo que me falta en realidad son las manos! ¿¡Las manos¡? Sepa disculpar buen hombre, hasta hace unos minutos le hubiera jurado que yo era. Quiero decir, que yo existía. ¡Si tenía tangilidad de sobra! Pero, ¿se me habrá caído también? ¿me habré perdido en el camino?... ¿Por qué no me habla don?... ¿Dije algo que lo ofendió?... ¿Eh?... ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?Está todo bien, jefe, yo no le voy a decir cómo hacer su trabajo. Le estoy diciendo que a mi me vendieron no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan y está vencida. 
Mire, yo lo que me acuerdo es que me la dio un tipo serio y afeitado, creo que se llamaba Ernesto. En su tarjeta de presentación decía “Padre”. No digo que sea su responsabilidad, ¿eh? No se le ocurrió a él, es un saber popular, una herencia cultural. Quiero decir, el problema no fue el vendedor, sino el producto. ¿No sabe si podré hablar con algún responsable? Porque… nada que ver. En realidad es raro, le cuento: a mi me hicieron lo que yo no hubiera hecho. Eso lo agarra a uno de sorpresa y lo deja en una posición incómoda. Usted me entiende, ¿no?. Una mezcla rara de cómo se te ocurrió y la concha de tu re putísima madre. De paso, ya que estoy, si me hace la gauchada, quería cambiar éstas… espere que las tengo en algún lado… acá, mire: ama a tu prójimo como a ti mismo. Vencida también. Acá hay una del colegio, mire: los que estén mejor preparados van a llegar más lejos. Esta la quiero cambiar por alguna que hable de física cuántica o de mandriles. En realidad sabe qué me gustaría, una que defina el sistema de convivencia espontánea de los delfines.
Bueno, y acá tengo All you need is love de los Beatles, el hombre es un ser superior de Darwin, la democracia es el gobierno en manos del pueblo, que me la robaron y acá tengo la denuncia… no, acá… no… espere. No la encuentro. Es que vine en tren y había mucha gente. ¿Se me habrá caído? Pucha, tampoco encuentro la billetera. ¿Se me habrá caído también? ¡No! En realidad lo que me faltan son los bolsillos. ¡No! ¡no! ¡Lo que me falta en realidad son las manos! ¿¡Las manos¡? Sepa disculpar buen hombre, hasta hace unos minutos le hubiera jurado que yo era. Quiero decir, que yo existía. ¡Si tenía tangilidad de sobra! Pero, ¿se me habrá caído también? ¿me habré perdido en el camino?... ¿Por qué no me habla don?... ¿Dije algo que lo ofendió?... ¿Eh?... ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Ay Dios Mio.

Estaban en la tierra el hombre que creía en Dios, y el que no creía. En distintas circunstancias y con intrascendencias geográficas de por medio, pasaban ambos por momentos difíciles de pena sin gloria, ni nada que se le parezca. Desdichados hasta en la forma en que el dolor se presentaba ante ellos.
El hombre que creía en Dios, mantuvo con la fe la llama de la esperanza. La certeza en la plegaria con palabras de primeros auxilios que le había regalado una cultura como tantas otras. No pasaba momento sin rezo, sin agradecimiento divino; agradecimiento vacuo porque sabía que todo lo suyo ya era nada, y la nada angustia, y la angustia llanto, depresión, malestar. Pero creía. Creía que Dios estaba ahí y lo bueno vendría, anunciado o no, en hecho o palabra. Algo divino pasaría, y estaba agradecido de estar agradeciendo algo que simplemente no pasaba.
El hombre que no creía en Dios no creía en Dios ni en nada. Tenía fe, pero era distinta a la del hombre que creía. Tenía fe en que todo estaba perdido. Creía en nadie. Ni siquiera en él creía. No tenía ni imagen ni semejanza. No tenía nada. Y se revolcaba en su miseria solo, con la única esperanza de morir y apagarse de verdad, porque sentía que hasta su inexistencia era falsa. Y le dolía. Y no hay cosa peor que ser sin ser.
Uno con el rosario en la mano, y el otro con la ginebra. Los dos murieron en la misma soledad física. Y sin embargo fueron ellos, con su muerte y su vida, los que le dieron existencia a Dios. No era importante que uno repitiera palabras como un loro, y el otro se revolcara en sus gemidos. Sus vidas terminaron porque tenían que terminar. Porque morirse era lo más natural que podía pasarle a dos seres vivos. De morirse se trata la vida.
Pero Dios existe, y si existe es gracias a estas dos personas, que en abstracto dejan de ser dos y somos todos. Dios existe porque algunos creen y otros no. Porque si todos creyeran en Él, se daría tan por sentado que existe que pasaría a ser cómo respirar. Una constante sin dinámicas. Uno no cree en su respiración. Simplemente respira.
Y si nadie creyera en Él, ni siquiera existiría su inexistencia.
Por eso, estas dos personas, y todas las personas somos igual de importantes. Porque en la dinámica del opuesto nace la fuerza. La fuerza que magnificada y multiplicada por miles de millones de creyentes y no creyentes generan la confortable idea de un Dios. El Dios indiscutible que es omnipresente. Y si algo tan desorbitante, como todo el mundo generando una misma idea puede pasar; si un sistema tan complejo puede funcionar a la vez de una manera tan simple, quién más que Dios puede ser, el que en un ida y vuelta de responsabilidades existenciales, exista, gracias al hombre, de una manera discutible.